La arquitectura de Colindres

El estilo arquitectónico de los inmuebles históricos de Colindres de Arriba, edificados entre los siglos XVI y XVIII, corresponde fundamentalmente a dos corrientes artísticas: por un lado el “Clasicismo montañés”, también llamado “Montañés tradicional”, que se desarrolla en Cantabria a finales del siglo XVI y a lo largo del siglo XVII; y el denominado “Barroco montañés” estilo que corresponde a los edificios del siglo XVIII.
La introducción del clasicismo en Cantabria se produce de la mano de las órdenes religiosas, con un marcado predominio de lo austero, documentándose su presencia en la región a partir de 1570-1590. Su influencia en la arquitectura civil se traduce en la eliminación de pilastras y ornamentos, así como en la desaparición de los balcones en esquina. Además, los vanos pasan a ser regulares y simétricos, las puertas se sitúan en el centro de las fachadas y se rematan con arco o arcadas de medio punto. Aparece también una nueva ornamentación con formas geométricas.
A finales del siglo XVII y principios del XVIII, perdura este clasicismo en la arquitectura civil regional, que se mantiene con una identidad diferenciada y rasgos propios. Esta pervivencia se debe, en gran medida, a la existencia de un grupo mayoritario de canteros que apenas mantienen contacto con el exterior y siguen proyectando sus obras menores de acuerdo a los cánones de este estilo.
Junto a ellos, un reducido grupo de maestros canteros comienza a plasmar en sus obras el nuevo lenguaje barroco que se está desarrollando en el país, aunque con ciertas particularidades: en gran parte de los casos las estructuras se siguen realizando de acuerdo a principios clasicistas, pero el edificio se envuelve con una exuberante decoración barroca.
Diferenciandose notablemente de ésta, la arquitectura que se desarrolla en la zona de Abajo o nuevo Colindres, responde a las nuevas corrientes artísticas que recorren Europa en el siglo XIX. En un primer momento se retoman los contenidos teóricos clásicos y el pintoresquismo romántico. Ambos serán determinantes en el desarrollo de la corriente historicista y ecléctica que, de diferente forma, recuperan elementos del pasado histórico.
El pintoresquismo se plasma en la arquitectura a través de elementos como los quioscos y algunos palacetes privados. Sin embargo, sus principales aportaciones a la arquitectura decimonónica serán unas ideas novedosas referidas a la libertad creativa, la imaginación y el concepto de la arquitectura como parte de un ambiente.
Asimismo, a lo largo del siglo XIX, la arquitectura se hace receptora de los nuevos avances tecnológicos heredados de la revolución industrial y, frente a estos estilos tradicionales (eclecticismo, historicismo), se desarrolla una nueva arquitectura que va a levantar los primeros «rascacielos». Para ello se recurre a los forjados de hormigón, al cristal o al uso del hierro como elementos constructivos que permiten crear estructuras complejas y de gran tamaño.
A finales de este mismo siglo, surge la última tendencia arquitectónica de este periodo, el Modernismo. Este término designa a una corriente de renovación artística desarrollada entre 1890-1910 en distintos países de Europa y que recibe diversas denominaciones dependiendo del país de origen: Art Nouveau (Bélgica y Francia), Secesion (Austria) y Modernismo (España), entre otros.
Predominará la inspiración en la naturaleza a la vez que se van a incorporar novedades, como el cristal, materiales coloreados, el uso de rejas, balcones y soportes de hierro forjado. La arquitectura modernista se plasmará en dos tendencias artísticas:
-Geométrica: característica del mundo anglosajón (Gran Bretaña, Austria y Alemania), se basa en las líneas rectas, la simplificación y una decoración de carácter geométrico, elementos que podemos observar en la casa de Cultura o en casa Calzada.
-Ondulante o floral: se desarrolla en Bélgica, Francia y en España. Todos sus elementos están dotados de una gran plasticidad y dinamismo, con especial predilección por la línea curva y las formas ondulantes, como se aprecia en los elementos recreados por Gonzalo Bringas en la planta baja del Ayuntamiento.

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