Naranjas y Limones

Los cítricos han sido, tradicionalmente, unas de las producciones agrícolas más destacadas de Colindres. Naranjas y limones agrios, fundamentales para la prevención del escorbuto, alimentaron durante siglos un importante comercio exportador destinado a los mercados de Francia, Inglaterra, Irlanda y los Países Bajos. Allí se elaboraban para la fabricación de mermeladas.

Un próspero mercadeo que enriqueció a algunos de los más señalados linajes de Colindres y que gozó de una relevante organización: los comerciantes colindreses acordaban de antemano precios y cantidades, que posteriormente transportaban naves de gran tonelaje, unas doce al año, embarcadas desde el ribero de la villa.

Chacolí

Colindres siempre destacó en la producción de vino chacolí, común hasta el siglo XIX en el Cantábrico y el norte de Castilla. Este caldo que, en palabras de Pascual Madoz, podía competir en calidad con el de Burdeos, fue uno de los puntales de la economía colindresa, tanto para el propio consumo como para su comercialización. Viñas y parrales fueron, secularmente, elemento inseparable del paisaje de la villa, cumpliendo diferentes funciones: el aprovechamiento de suelo agrícola poco apropiado para otros productos, la ocupación de mano de obra y el surtido de las embarcaciones pesqueras.

Vino extraído de uva verde, lo que le otorga cierta acidez, y elaborado de forma natural, sin sustancias químicas, su vendimia se realizaba en el municipio durante la primera semana de octubre. Para su comercialización local se habilitaron cuatro tabernas: dos en Colindres de Arriba y dos Abajo.

Su producción, sin embargo, comenzó a decaer a partir de la década de 1820, debido a la competencia de los vinos de la Rioja y Aranda: la mejora de las comunicaciones con el interior, gracias a la apertura de nuevos caminos, y la derogación de aduanas y aranceles municipales favorecieron la integración de los mercados nacionales. En ese sentido, la extinción del Fuero de Colindres acabó con la protección que eximía de impuestos al chacolí local y prohibía la introducción de vino foráneo, ya fuera en líquido o en uva.

En ese contexto cambiante, las notables producciones vinícolas locales, lastradas de mayores gastos por la necesidad del emparrado y la escasez maderera de la región, no podían competir con la fuerza de los caldos castellanos y riojanos, que se comercializaban a mejor precio.

Para intentar paliar la situación se formó en Colindres, en 1852, un Gremio de Cosecheros encaminado a defender el vino colindrés, solicitando al Gobernador el mantenimiento de las franquicias forales. Una demanda infructuosa. El golpe de gracia llegó ese mismo año con la extensión por toda la provincia de una plaga (Ovidium Tuken) que arrasó con la mayoría de los viñedos. 3.000 carros de tierra en Colindres quedaron cubiertos por vestigios de cepas, mezcladas con zarzas y abrojos, cuya función última fue su uso como leña. Peses a ello, su recuerdo ha permanecido en la toponimia local: “Callejón de las Parras”, “La Viñuca”…

 

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